martes, 17 de junio de 2008

Cuento con brisa

Un muchacho agazapado espera entre las áridas rocas, la llegada de su musa, mientras lía cuidadosamente un cigarrillo entre sus dedos
Prende su cara el sol, en un gesto armónico de todo su ser y nota la amabilidad del gran astro en su rostro.
Su mente divaga en divertidas asociaciones y disertaciones mundanas y divinas, y después de un tiempo indefinido, reproduce una y otra vez la llegada de esa bella y misteriosa mujer con su cabello ondulado, largo y rojizo removido por la suave brisa marina de ese pueblo mediterráneo.
Una pequeña cala de arena cristalina se divisa sobre su atalaya y un calido mar turquesa se cobija en el lejano horizonte.
El olor a retama y matorral invoca en el muchacho sensaciones libidinosas y placenteras, y con una mirada etérea parece contemplar el enigma de la propia creación.

Cuanto sueño habrá perdido soñando, que reunía el valor necesario para silenciosamente acercarse a su musa, y asirla en una caricia eterna. Sintiendo el roce de su ser y el olor a esmeralda de su cuerpo.

El muchacho, se curva en su escondite pedregoso y en la comisura de sus labios se dibuja una sonrisa pura y zalamera. Casi sin saber lo que es la vida, ya conoce parte de los placeres del sexo, “…aquella muchacha forastera, casi la había olvidado…”.

Esta mañana, su musa tarda más de lo acostumbrado en descender de su morada junto al acantilado, a través de la explanada de arena.

En estas fechas veraniegas el pueblo cambia de tonalidades con la llegada de las gentes de las grandes ciudades, la algarabía en las terrazas y los acentos discordantes inundan el hermoso pueblo.

Pero su musa es especial, se refugia en un caserón aislado, a un par de leguas del centro neurálgico del bullicio y del tumulto. Abajo la pequeña Cala, espera sola y sólo su presencia, al igual que el acurrucado muchacho, el cual sigilosamente deja cada noche una rosa en el buzón del caserón y en alguna ocasión ha vislumbrado entre las sombras de la noche, la sutil expresión de felicidad en el rostro de la misteriosa mujer al oler la esencia de la rosa recién cortada.

El sol ha relajado completamente todo su cuerpo, el cual siente como una ligera pluma, y su mente le habla de los últimos trazos del cuadro que comenzó hace dos lunas, cuando descubrió a su inspiración. De espaldas, el azul, la quietud, sentimiento duende.
Le da una calada al cigarrillo.

El silencio de la naturaleza le permite al muchacho escuchar el chirriar de una puerta abriéndose “…ya ha llegado el momento deseado…”

Desde su puesto fronterizo, el muchacho observa el avance de una sombra difusa, su corazón se acelera y late con fuerza.
Da otra calada al cigarrillo y lo apaga bajo sus zapatillas de esparto.

Cierra los ojos, en un acto de introspección, nota toda la energía recogida de la naturaleza fluyendo en armonía por todo su fuerte y joven cuerpo.
La ceremonia está apunto de comenzar.

Y en un instante cristales rotos, languidece el tiempo, hormigas negras en procesión, el lobo aúlla silencioso en el interior del muchacho y se desploma como una marioneta.

Una mano firme custodia la delicada cintura del ángel caído.

El viento se lleva una lágrima amarga, y nuestro muchacho corre con el corazón roto.
Pero mientras cruza la adoquinada plaza del pueblo con la cabeza quebrada y el pelo sobre la cara ocultando su maltrecho rostro, a una chica se la ha encendido el corazón desde una ventana porque ha visto de espaldas, al chico del que se enamoró el verano pasado.

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