miércoles, 25 de mayo de 2011

La desesperación

Enciendo un cigarro, uno de los muchos que adornan mis pulmones del color de una noche negra. Es el momento de la reflexión y mi mente pasea sosegada por los escondites de los recuerdos que quedaron encallados en la realidad del ayer.

Con una pluma y un cincel he ido moldeando a golpe de decisiones una figura inacabada y miscelánea, que amenazó, con delatarme al consejo de sabios que habita en la conciencia.

Era un día soleado y sin viento, el aroma a jazmín y a romero arrullaba mis sentidos, animosas conversaciones de incondicionales camaradas fluían en la mudez del vasto camino, mientras la bisoñez de la complacencia me cogía de la mano.

Como una esquirla de pedernal, la mirada de aquel lobo solitario, hipnotizó mis movimientos, alejándome de la pradera, en una persecución hacia parajes desconocidos.

La seguridad había desaparecido, pero la irreverencia del hallazgo de lo inédito hacía de contrapeso y equilibraba la balanza.

Mi corazón repiqueteaba, las estrellas ejercían de anfitrionas y mi lobo de cicerone.

Cuando llegó la noche comimos, bebimos y bailamos junto a la hoguera.

Al día siguiente bailamos, bebimos y comimos junto a la hoguera.

Pasó el  tiempo, y un sentimiento de añoranza afloraba en mi interior, así que decidí volver al lugar de la inocencia. Pero el lobo era una bestia que enseñaba un colmillo sanguinolento cargado de amenaza.

Me había metido en la boca del lobo y sólo me quedaba el grito del dolor del alma: la desesperación.

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