sábado, 20 de abril de 2013

La sección antiguamente llamada La película del Lunes - "La Cinta Blanca" y "Fitzcarraldo"


La Cinta Blanca

 MichaelHaneke se ha convertido por méritos propios en un cineasta de referencia y lo ha conseguido fuera de lo que es el establishment hollywoodense. A pesar de los reconocimientos de la Industria por su última película “Amour”, que fueron muchos y añadiría que merecidísimos, Haneke era ya un director muy consagrado.

Desde hace un tiempo detecto que en todas las artes, no quedando el cine exento de esta norma, hay una especie de snobismo por parte de una supuesta “élite” intelectual.

La norma es bien sencilla a la par que absurda: “lo que me gusta a mí, sólo puede gustarle a una mínima minoría”. Es por esto que si bien Haneke fue alabado por su petardazo en “El Séptimo Continente” y aplaudido ruidosamente por “La pianista” (basada en el libro de su compatriota y premio nobel de literatura en 2004 Elfriede Jelinek), empezó a ser mirado con recelo cuando su original “Funny Games” tuvo su secuela americana dirigida por él mismo. Una película no muy certera, pero que con un tema principal basado en la violencia por la violencia, en una violencia sin más motivo que el placer del sufrimiento lacerante del zutano de al lado, hizo que, inevitablemente, fuera muy visionada por el gran público.

Por tanto la palma de oro que dos años más tarde conquistó “La Cinta Blanca” en el festival de Cannes en 2009, no fue recibida con las manos abiertas por muchos, que ya consideraban a Haneke un autor demasiado “comercial” para galardones en este tipo de festivales.

Ni os cuento lo que la “jet set” opinó después de su Oscar por “Amour”, soltó unos sopapos a la altura de los que se vieron el 24 de Enero del 76 en el “CaesarsPalace” en Nevada, Las Vegas.

Me voy por los Cerros de Úbeda, así que vayamos a explicar someramente el argumento de este gran film.

Rodada en blanco y negro, lo cual está cargado de simbolismo, el punto de partida nos sitúa en un pequeño pueblo rural protestante (me refiero a la religión, no vayamos a darles razones a los susodichos) de la Alemania prebélica. Son los años anteriores a La Gran Guerra.

Con un tono cercano a la fábula, se va narrando con infinito sosiego de manera nada atropellada, la aparentemente tranquila cotidianidad del quehacer de unos cuantos vecinos y la supuestamente recta conducta de sus habitantes. Todo muy normal, normalísimo, hasta que van sucediéndose ciertos extraños acontecimientos.

Es en este momento cuando Haneke nos va descubriendo, situándonos con su cámara en la posición de espías, el alcance de las apariencias. Para ello nos revela lo que sólo las propias familias saben cuando el silencio de las paredes, la oscuridad exterior y el cerrar de las ventanas del hogar, dan seguridad y confianza para que los mayores muestren su verdadera naturaleza.

Sí los mayores, porque si en los mayores todo se produce en la penumbra, en la sombra, en la negro; los niños, la siguiente generación, el futuro del país, adopta esta misma conducta por imitación, pero la expone a la luz del día, abiertamente, en lo blanco.

Se ha considerado esta película como un intento por describir el caldo de cultivo que propició el nacimiento del fascismo en Alemania.

Sin querer desvelar nada más, os puedo asegurar que os vais a encontrar con 145 minutos de metraje que exuda cine por los cuatro costados.


Fitzcarraldo

Fitzcarraldo es una obra de un hombre valiente y me refiero al controvertido director Werner Herzog, por adentrarse en esos territorios que hace unos 30 años aún eran vírgenes y regalarnos algunas escenas realmente irrepetibles. Irrepetibles porque, por poner un ejemplo, la caída de unos árboles centenarios al río amazonas en plena selva homónima, sería a día de hoy algo más que políticamente incorrecto, sería irrealizable. O las grandiosas imágenes, que para la retina suponen ver subir un señor barco por la ladera de una empinadísima montaña con poco más que el esfuerzo de unos hombres. Son francamente imágenes que ya han quedado en el imaginario colectivo de los que gustamos del celuloide.

Hoy todo esto se realizaría por ordenador, lo que vendría a ser “casi”, casi, casi lo mismo. (nótese la fuerte, fuerte, fuerte ironía)

También, por hacer una historia "off" de topo tipo de convencionalismos, pero no con la intención de ser diferente sin más, sino con el convencimiento de que el cine es un arte capaz de llevarnos más allá del simple entretenimiento, una forma que el alma tiene de comunicarse con el hombre y su significado.

Una banda sonora que mimetiza con el ambiente reinante y lo realza.

Fitzcarraldo como protagonista es la personificación del filo resbaladizo que separa la al loco del visionario. Ningún ser ha revolucionado el mundo siguiendo patrones clásicos.
Fitzcarraldo es el soñador más cercano del manicomio y no por su incapacidad de renunciar a sus descabellados planes, sino por no tener siquiera la capacidad para sentirlos demenciales, por verlos ante la mayor de las adversidades como una jovial caminata con alfombra roja, idílico sol que pace sereno tras las montañas preparado para alzarlo entre los cirros aborregados a la cima del mayor de los éxitos.

Fitzcarraldo es una obra de otra época, en la que rodar era saltar del trapecio sin red de seguridad. Un viaje a la posibilidad del desastre total. Eran otros tiempos y eran otras “empresas”.

Una época en la que rodar era ser pionero y la idea no había sido devorada por el negocio, los márgenes de beneficio y toda esta jerigonza fría, que nada tiene que ver con el arte y que lo domina y lo denosta y lo subyuga bajo la fuerte ley de lo estrictamente material.

Resumiendo y centrándome de nuevo, los puntos esenciales de la realización se focalizan: primero, en el paraje, para lo cual Herzog “únicamente” hubo de desplazar todo el equipo a la selva del amazonas en el Perú;  y segundo, en la figura del protagonista, de Brian Fitzgerald, de “Fitzcarraldo”, para lo que tomó la decisión más determinante de todas: ofrecerle el papel a KlausKinski, siguiendo las pautas que ya fijara en “Aguirre, la Cólera de Dios” o quizás sería mejor decir, a pesar de ellas.

En un documental titulado “Mi enemigo íntimo” que el propio Herzog rodó ocho años después de la muerte de Kinski, se puede ver la tensa relación entre ambos. Kinski era un hombre totalmente desequilibrado, con ataques de ira y furia enloquecida, que estaba para que lo encerraran, que era divo e ingobernable, al menos hasta que Herzog le amenazó con el siguiente argumento "Tengo un rifle con nueve balas. Justo antes de que le des la vuelta al risco ocho serán dirigidas hacia ti, y guardaré la novena para mí".

Un personaje que encajaba como anillo al dedo con Fitzcarraldo: Un millonario arruinado que vive con la obsesión de construir una gran Ópera en el corazón de la selva, en Iquitos un pequeño pueblo peruano, para que sea inaugurada por el tenor italiano Enrico Caruso.!!!!!

Una bendita locura que ya es considerada con todos los honores una película de culto.

martes, 12 de febrero de 2013

"En la Frontera" de Cormac McCarthy


“He tenido más suerte que la mayoría. Sólo hay una vida que merezca la pena vivir y yo he nacido para vivirla. Eso compensa todo lo demás”

Leer un libro de McCarthy exige una suerte de paz interior. No puedes tomar un atajo y huir de un purgatorio obligado por el látigo de sus palabras. Tienes que cabalgar entre zarzales y espino y derramar al menos una gota de sangre fresca para ser digno de descubrir el elíseo de los hombres virtuosos.

“En la Frontera” es el segundo volumen de una trilogía conocida como “La trilogía de la Frontera”. De menor calado mediático que su predecesora “Todos los hermosos caballos”, la cual fue galardonada con el prestigioso National Book Award en 1992, se trata de una novela de consagración definitiva.

Cuando una novela de la categoría de “En la Frontera” pasa entre bambalinas al citarse las grandes obras de este genial escritor, huelga decir que nos hallamos ante un autor con un gran legado. Un escritor con testigos de cargo sempiternos. Con una plétora de talento tan auténtica como la mueca inteligible de un partisano octogenario que regresa del armisticio con un fusil por cayado.


Far West vs Near West

“Los rancheros decían que los lobos trataban al ganado de manera más brutal que a los animales salvajes. Como si las vacas despertaran en ellos cierta cólera. Como si se sintieran vejados por la violación de un viejo orden”

Nos encontramos en el lejano oeste americano. En una época donde ese estilo de vida tan particular todavía se conservaba íntegro entre sus habitantes, a pesar de la incursión de los primeros signos del “progreso”.

Billy y Boyd son dos hermanos de 16 y 14 años respectivamente que bajo la tutela de una educación de rectitud moral por parte de su padre viven en una pequeña casa en el estado de Nuevo México. Nos situamos por tanto, a finales de la década de los años 30, en un rancho fronterizo donde no hay lugar para la infancia.

Y son los ojos de Billy de los que el autor se sirve para mostrarnos una vida de rancho, de caza y caballos, en la que la ley de lo salvaje convive con la del hombre y en la que parece mediar un abismo con el embrión de un crecimiento urbano que ya por aquellos tiempos se desarrollaba en otras zonas del país.

Uno de los aspectos que desde el comienzo nos llama la atención en Billy es que a pesar de su tierna edad es considerado y tratado tanto en su país como en México como un hombre y sólo en contadas ocasiones McCarthy nos recuerda que estamos ante un chico en proceso de maduración, especialmente cuando un personaje femenino entra en escena. Lo cual no es óbice para que en el trascurso de los diversos viajes que el chico realiza por la zona septentrional de México, podamos observar pequeños matices de una madurez a todas luces precoz.

Otro de los aspectos que no se nos puede pasar por alto es la sensación de libertad que en todo momento rezuma el personaje, un alma recta y sin ataduras que actúa como un imán y un catalizador para aquellos buscamos trocar la semilla de la ficción en vergel de realidad.

En definitiva, los últimos vestigios del feral y genuino Far West, tan alejado de nuestro actual modelo de sociedad eminentemente urbano y consumista.


Las reglas de un mundo violento

“Maldita seas, dijo Billy. Cogió el caballo por el ahogadero, asió el mango del cuchillo y arrancó la hoja del pecho. Manó sangre, corrió sangre por el pecho del caballo. Billy se quitó el sombrero de un tirón, lo apretó contra la herida y lanzó una mirada feroz a los hombres que estaban montados. No se habían movido. Uno de ellos se inclinó, escupió e hizo un gesto con el mentón en dirección a los otros. Vámonos dijo.”

McCarthy nos muestra un lado oscuro pero real de la esencia humana. Un rostro despojado de piedad, sin maquillaje, sin dobleces ni ambages. La historia de la humanidad está manchada de sangre y McCarthy se encarga de recordándonoslo en cada una de sus obras.

El escritor de Rhode Island realiza una velada comparativa entre las leyes de la naturaleza que rigen los parajes salvajes y que para el imaginario colectivo del hombre civilizado llega a ser de una seca crueldad, en símil con las leyes no escritas de algunos hombres que destacan por una violencia violenta, que no es sino la otra cara de la moneda de un cimarrón con larga experiencia.

Para ello nos contrapone una amplia gama de hospitalidad mexicana que parece sacada de una época muy lejana, de aquella preocupación por el prójimo de los hombres antiguos; con unos individuos cargados de salvajismo.


El arte de la descripción

Uno de los grandes momentos de la lectura de un McCarthy se encuentra en la preparación para enfrentar con garantías el reto que supone la comprensión y el deleite de un texto suyo.

Un rimero de elementos son aconsejables para una lucha igual: Un diccionario enciclopédico actualizado, folios para anotar, lápiz para escribir, conexión a Internet y una gran dosis de calma en la lectura ya que, sin que la historia se detenga en ningún momento y no tengamos en ningún momento sensación de estancamiento, el avance de la misma es sosegada.

“En medio del crepúsculo oscuro cruzaron una amplia llanura volcánica limitada por el contorno de unas colinas. Las colinas eran de un azul intenso en medio del crepúsculo azul y los redondos cascos del caballo producían un sonido monótono en el páramo. La noche caía por el este y la oscuridad se le vino encima en un súbito aliento de frío y quietud, y siguió su camino. Como si la penumbra tuviese un alma propia que fuera la asesina del sol en fuga hacia el oeste, tal como los hombres la creyeron en tiempos. Como tal vez vuelven a creer.
Hombre, lobo y caballo abandonaron la llanura bajo la moribunda luz del día siguiendo unas lomas muy erosionadas por el viento y cruzaron una cerca o lo que había sido una cerca, sus alambres por tierra arrollados y arrastrados y las cortas y desnudas estacas de mezquita adentrándose en fila india en la noche como una ringlera de encorvados pensionistas. Atravesaron el desfiladero entre tinieblas y él se detuvo a contemplar los distantes relámpagos hacia el sur, sobre los llanos de México. El viento batía mansamente los árboles en el desfiladero y traía salivazos de aguanieve. Acampó al sur del desfiladero, al socaire de un arroyo, recogió leña, encendió un fuego y le dio a la loba todo el agua que quiso”

Cientos de descripciones aparecen a lo largo de la novela y cada uno tiene una belleza singular.

Mis compañeros de lecturas del Café Literario y yo mismo, coincidimos en destacar la fuerza descriptiva como el elemento más destacado de la estética del autor. Su sello de identidad.

Es por ello que he querido coger un fragmento más amplio, a fin de que el estilo pueda ser más visible al que aún no esté familiarizado con su prosa.


Atmósfera O

En este punto “La trilogía de la frontera” no tiene el tono opresivo de otras obras. A pesar de todas las situaciones duras a las que asistimos con el paso de las páginas y de que seguimos teniendo la sensación de tener que expiar por el hecho de vivir. La modulación se rebaja hasta el punto de que McCarthy se permite la licencia de transmitir soterradamente un punto de optimismo. Es muy destacable que el libro se cierra con un mensaje lleno de esperanza.

Todos hemos leído libros, independientemente de la pretensión del texto, de que se traten de libros para matar el tiempo, que directamente lo asesinen o que destilen ínfulas de grandeza, en los que el transcurso del tiempo ha reseteado absolutamente el argumento. Ni que decir de un pasaje, un personaje o una situación concreta.

En McCarthy las imágenes permanecen grabadas en la retina durante largo tiempo. Poseen un poso de atemporalidad:

“Lo agarró de la cara y a los demás pudo parecerles que efectivamente se agachaba para darle un beso en cada mejilla, al estilo militar francés, pero lo que hizo en realidad ahuecando enormemente los carrillos fue succionarle los ojos de la cabeza, uno detrás del otro y luego escupir y dejarlos colgando de sus cordones húmedos y raros, bamboleando sobre las mejillas del cautivo”
“Trataron de ponerle los ojos en sus cuencas con una cuchara, pero nadie lo logró, y los ojos se marchitaron como uvas en sus mejillas y el mundo fue perdiendo formas y colores y luego se desvaneció para siempre”

Nada más que añadir.


El arte de la reflexión

La existencia y la eternidad; la muerte y la vida; la fe y Dios son el leitmotiv de la obra. Produciéndose fuertes sinergias entre ellas y llegando a un grado de abstracción filosófica.

Para ello, este libro fronterizo cuenta con una excelsa serie de potentes personajes secundarios que a lo largo del viaje interaccionan con el protagonista dejando una nube de interrogantes en la mente del lector.

Existen dos historias insertas en el libro que bien podrían pasar actualmente por pequeños cuentos, cargadas de las susodichas reflexiones y donde, no está de más remarcarlo, McCarthy se nos muestra como un escritor dotado de gran versatilidad.

Extraigo una pincelada de la colosal composición que va realizando a lo largo del texto:

“Si la gente conociera la historia de sus vidas, ¿cuántas escogerían vivirlas? La gente habla de lo que le reserva el futuro. Pero en el futuro no hay nada. El día nace de lo que había antes. Hasta el mundo seguramente se sorprende al ver la forma en que aparece a diario. Incluso Dios, quizá”

No quiero extenderme más, pero me quedo con cosquillas en las puntas de los dedos.


Riqueza Lingüística

La vegetación es una de las temáticas que a nivel lingüístico McCarthy domina como el mejor de los eruditos, pero en la trilogía el vocabulario del caballo cobra el máximo protagonismo.

Véase: Rienda, látigo, fuste, borrén, estribo, ronzal, brida, perilla, faldón, cincha, piafar, repropiar, reata, manta, embridar, ijares, crines, manear, maniotas, estacar, enjaezar, alforja, aguijar, picar, grupa, cabestro, diestro, remuda, horqueta, corvejón, abrevar, pacer, sofrenar, acodillar, herrar, recua, ollares…

Otros vocablos que durante la singladura, por belleza, definición o sonoridad he remarcado son los siguientes:
Aprisco, marjal, palenque, ripio, hornacina, espita, ejido, corrido, destripaterrones, quincalla, arrebol, excoriar o escoriar, rodrigón...

Una saturnal terminológica.


El viaje como verdadero protagonista

El camino cobra una significación máxima. La sensación cuando se cierra el último recto (del libro) es haber cabalgado por tantos parajes, por tantos pueblos dejados de la mano de Dios, haber departido con todos esos personajes de los que hablábamos anteriormente, que el comienzo, el origen, el génesis de la historia queda mimetizado en el sotobosque de un arcano fosco ignoto.

Con el viaje, lo que realmente hace McCarthy es cuestionarnos sobre nuestro estilo de vida.

Qué aprendemos dentro de la seguridad, repeliendo cualquier peligro, poniendo pies en polvorosa ante las dificultades. Al abrigo de unas ciudades que no nos proporcionan la sabiduría que liga con la experiencia.

Un camino es el pretexto de un viaje exterior, pero ante todo la fuente de la que mana una colosal odisea interior.

En síntesis este sería el resumen de las intenciones de este “maldito” escritor.
Seguro que algo dejé por el camino, pero como os digo: el camino fue muy largo e intenso.


Sinopsis:
“Lo que debemos entender es que a la larga todo es polvo”