martes, 12 de febrero de 2013

"En la Frontera" de Cormac McCarthy


“He tenido más suerte que la mayoría. Sólo hay una vida que merezca la pena vivir y yo he nacido para vivirla. Eso compensa todo lo demás”

Leer un libro de McCarthy exige una suerte de paz interior. No puedes tomar un atajo y huir de un purgatorio obligado por el látigo de sus palabras. Tienes que cabalgar entre zarzales y espino y derramar al menos una gota de sangre fresca para ser digno de descubrir el elíseo de los hombres virtuosos.

“En la Frontera” es el segundo volumen de una trilogía conocida como “La trilogía de la Frontera”. De menor calado mediático que su predecesora “Todos los hermosos caballos”, la cual fue galardonada con el prestigioso National Book Award en 1992, se trata de una novela de consagración definitiva.

Cuando una novela de la categoría de “En la Frontera” pasa entre bambalinas al citarse las grandes obras de este genial escritor, huelga decir que nos hallamos ante un autor con un gran legado. Un escritor con testigos de cargo sempiternos. Con una plétora de talento tan auténtica como la mueca inteligible de un partisano octogenario que regresa del armisticio con un fusil por cayado.


Far West vs Near West

“Los rancheros decían que los lobos trataban al ganado de manera más brutal que a los animales salvajes. Como si las vacas despertaran en ellos cierta cólera. Como si se sintieran vejados por la violación de un viejo orden”

Nos encontramos en el lejano oeste americano. En una época donde ese estilo de vida tan particular todavía se conservaba íntegro entre sus habitantes, a pesar de la incursión de los primeros signos del “progreso”.

Billy y Boyd son dos hermanos de 16 y 14 años respectivamente que bajo la tutela de una educación de rectitud moral por parte de su padre viven en una pequeña casa en el estado de Nuevo México. Nos situamos por tanto, a finales de la década de los años 30, en un rancho fronterizo donde no hay lugar para la infancia.

Y son los ojos de Billy de los que el autor se sirve para mostrarnos una vida de rancho, de caza y caballos, en la que la ley de lo salvaje convive con la del hombre y en la que parece mediar un abismo con el embrión de un crecimiento urbano que ya por aquellos tiempos se desarrollaba en otras zonas del país.

Uno de los aspectos que desde el comienzo nos llama la atención en Billy es que a pesar de su tierna edad es considerado y tratado tanto en su país como en México como un hombre y sólo en contadas ocasiones McCarthy nos recuerda que estamos ante un chico en proceso de maduración, especialmente cuando un personaje femenino entra en escena. Lo cual no es óbice para que en el trascurso de los diversos viajes que el chico realiza por la zona septentrional de México, podamos observar pequeños matices de una madurez a todas luces precoz.

Otro de los aspectos que no se nos puede pasar por alto es la sensación de libertad que en todo momento rezuma el personaje, un alma recta y sin ataduras que actúa como un imán y un catalizador para aquellos buscamos trocar la semilla de la ficción en vergel de realidad.

En definitiva, los últimos vestigios del feral y genuino Far West, tan alejado de nuestro actual modelo de sociedad eminentemente urbano y consumista.


Las reglas de un mundo violento

“Maldita seas, dijo Billy. Cogió el caballo por el ahogadero, asió el mango del cuchillo y arrancó la hoja del pecho. Manó sangre, corrió sangre por el pecho del caballo. Billy se quitó el sombrero de un tirón, lo apretó contra la herida y lanzó una mirada feroz a los hombres que estaban montados. No se habían movido. Uno de ellos se inclinó, escupió e hizo un gesto con el mentón en dirección a los otros. Vámonos dijo.”

McCarthy nos muestra un lado oscuro pero real de la esencia humana. Un rostro despojado de piedad, sin maquillaje, sin dobleces ni ambages. La historia de la humanidad está manchada de sangre y McCarthy se encarga de recordándonoslo en cada una de sus obras.

El escritor de Rhode Island realiza una velada comparativa entre las leyes de la naturaleza que rigen los parajes salvajes y que para el imaginario colectivo del hombre civilizado llega a ser de una seca crueldad, en símil con las leyes no escritas de algunos hombres que destacan por una violencia violenta, que no es sino la otra cara de la moneda de un cimarrón con larga experiencia.

Para ello nos contrapone una amplia gama de hospitalidad mexicana que parece sacada de una época muy lejana, de aquella preocupación por el prójimo de los hombres antiguos; con unos individuos cargados de salvajismo.


El arte de la descripción

Uno de los grandes momentos de la lectura de un McCarthy se encuentra en la preparación para enfrentar con garantías el reto que supone la comprensión y el deleite de un texto suyo.

Un rimero de elementos son aconsejables para una lucha igual: Un diccionario enciclopédico actualizado, folios para anotar, lápiz para escribir, conexión a Internet y una gran dosis de calma en la lectura ya que, sin que la historia se detenga en ningún momento y no tengamos en ningún momento sensación de estancamiento, el avance de la misma es sosegada.

“En medio del crepúsculo oscuro cruzaron una amplia llanura volcánica limitada por el contorno de unas colinas. Las colinas eran de un azul intenso en medio del crepúsculo azul y los redondos cascos del caballo producían un sonido monótono en el páramo. La noche caía por el este y la oscuridad se le vino encima en un súbito aliento de frío y quietud, y siguió su camino. Como si la penumbra tuviese un alma propia que fuera la asesina del sol en fuga hacia el oeste, tal como los hombres la creyeron en tiempos. Como tal vez vuelven a creer.
Hombre, lobo y caballo abandonaron la llanura bajo la moribunda luz del día siguiendo unas lomas muy erosionadas por el viento y cruzaron una cerca o lo que había sido una cerca, sus alambres por tierra arrollados y arrastrados y las cortas y desnudas estacas de mezquita adentrándose en fila india en la noche como una ringlera de encorvados pensionistas. Atravesaron el desfiladero entre tinieblas y él se detuvo a contemplar los distantes relámpagos hacia el sur, sobre los llanos de México. El viento batía mansamente los árboles en el desfiladero y traía salivazos de aguanieve. Acampó al sur del desfiladero, al socaire de un arroyo, recogió leña, encendió un fuego y le dio a la loba todo el agua que quiso”

Cientos de descripciones aparecen a lo largo de la novela y cada uno tiene una belleza singular.

Mis compañeros de lecturas del Café Literario y yo mismo, coincidimos en destacar la fuerza descriptiva como el elemento más destacado de la estética del autor. Su sello de identidad.

Es por ello que he querido coger un fragmento más amplio, a fin de que el estilo pueda ser más visible al que aún no esté familiarizado con su prosa.


Atmósfera O

En este punto “La trilogía de la frontera” no tiene el tono opresivo de otras obras. A pesar de todas las situaciones duras a las que asistimos con el paso de las páginas y de que seguimos teniendo la sensación de tener que expiar por el hecho de vivir. La modulación se rebaja hasta el punto de que McCarthy se permite la licencia de transmitir soterradamente un punto de optimismo. Es muy destacable que el libro se cierra con un mensaje lleno de esperanza.

Todos hemos leído libros, independientemente de la pretensión del texto, de que se traten de libros para matar el tiempo, que directamente lo asesinen o que destilen ínfulas de grandeza, en los que el transcurso del tiempo ha reseteado absolutamente el argumento. Ni que decir de un pasaje, un personaje o una situación concreta.

En McCarthy las imágenes permanecen grabadas en la retina durante largo tiempo. Poseen un poso de atemporalidad:

“Lo agarró de la cara y a los demás pudo parecerles que efectivamente se agachaba para darle un beso en cada mejilla, al estilo militar francés, pero lo que hizo en realidad ahuecando enormemente los carrillos fue succionarle los ojos de la cabeza, uno detrás del otro y luego escupir y dejarlos colgando de sus cordones húmedos y raros, bamboleando sobre las mejillas del cautivo”
“Trataron de ponerle los ojos en sus cuencas con una cuchara, pero nadie lo logró, y los ojos se marchitaron como uvas en sus mejillas y el mundo fue perdiendo formas y colores y luego se desvaneció para siempre”

Nada más que añadir.


El arte de la reflexión

La existencia y la eternidad; la muerte y la vida; la fe y Dios son el leitmotiv de la obra. Produciéndose fuertes sinergias entre ellas y llegando a un grado de abstracción filosófica.

Para ello, este libro fronterizo cuenta con una excelsa serie de potentes personajes secundarios que a lo largo del viaje interaccionan con el protagonista dejando una nube de interrogantes en la mente del lector.

Existen dos historias insertas en el libro que bien podrían pasar actualmente por pequeños cuentos, cargadas de las susodichas reflexiones y donde, no está de más remarcarlo, McCarthy se nos muestra como un escritor dotado de gran versatilidad.

Extraigo una pincelada de la colosal composición que va realizando a lo largo del texto:

“Si la gente conociera la historia de sus vidas, ¿cuántas escogerían vivirlas? La gente habla de lo que le reserva el futuro. Pero en el futuro no hay nada. El día nace de lo que había antes. Hasta el mundo seguramente se sorprende al ver la forma en que aparece a diario. Incluso Dios, quizá”

No quiero extenderme más, pero me quedo con cosquillas en las puntas de los dedos.


Riqueza Lingüística

La vegetación es una de las temáticas que a nivel lingüístico McCarthy domina como el mejor de los eruditos, pero en la trilogía el vocabulario del caballo cobra el máximo protagonismo.

Véase: Rienda, látigo, fuste, borrén, estribo, ronzal, brida, perilla, faldón, cincha, piafar, repropiar, reata, manta, embridar, ijares, crines, manear, maniotas, estacar, enjaezar, alforja, aguijar, picar, grupa, cabestro, diestro, remuda, horqueta, corvejón, abrevar, pacer, sofrenar, acodillar, herrar, recua, ollares…

Otros vocablos que durante la singladura, por belleza, definición o sonoridad he remarcado son los siguientes:
Aprisco, marjal, palenque, ripio, hornacina, espita, ejido, corrido, destripaterrones, quincalla, arrebol, excoriar o escoriar, rodrigón...

Una saturnal terminológica.


El viaje como verdadero protagonista

El camino cobra una significación máxima. La sensación cuando se cierra el último recto (del libro) es haber cabalgado por tantos parajes, por tantos pueblos dejados de la mano de Dios, haber departido con todos esos personajes de los que hablábamos anteriormente, que el comienzo, el origen, el génesis de la historia queda mimetizado en el sotobosque de un arcano fosco ignoto.

Con el viaje, lo que realmente hace McCarthy es cuestionarnos sobre nuestro estilo de vida.

Qué aprendemos dentro de la seguridad, repeliendo cualquier peligro, poniendo pies en polvorosa ante las dificultades. Al abrigo de unas ciudades que no nos proporcionan la sabiduría que liga con la experiencia.

Un camino es el pretexto de un viaje exterior, pero ante todo la fuente de la que mana una colosal odisea interior.

En síntesis este sería el resumen de las intenciones de este “maldito” escritor.
Seguro que algo dejé por el camino, pero como os digo: el camino fue muy largo e intenso.


Sinopsis:
“Lo que debemos entender es que a la larga todo es polvo”