La Cinta Blanca
Desde
hace un tiempo detecto que en todas las artes, no quedando el cine exento de
esta norma, hay una especie de snobismo por parte de una supuesta “élite”
intelectual.
La
norma es bien sencilla a la par que absurda: “lo que me gusta a mí, sólo puede
gustarle a una mínima minoría”. Es por esto que si bien Haneke fue alabado por
su petardazo en “El Séptimo Continente” y aplaudido ruidosamente por “La
pianista” (basada en el libro de su compatriota y premio nobel de literatura en
2004 Elfriede Jelinek), empezó a ser mirado con recelo cuando su original
“Funny Games” tuvo su secuela americana dirigida por él mismo. Una película no
muy certera, pero que con un tema principal basado en la violencia por la
violencia, en una violencia sin más motivo que el placer del sufrimiento
lacerante del zutano de al lado, hizo que, inevitablemente, fuera muy visionada
por el gran público.
Por
tanto la palma de oro que dos años más tarde conquistó “La Cinta Blanca” en el
festival de Cannes en 2009, no fue recibida con las manos abiertas por muchos,
que ya consideraban a Haneke un autor demasiado “comercial” para galardones en este
tipo de festivales.
Ni
os cuento lo que la “jet set” opinó después de su Oscar por “Amour”, soltó unos
sopapos a la altura de los que se vieron el 24 de Enero del 76 en el “CaesarsPalace” en Nevada, Las Vegas.
Me
voy por los Cerros de Úbeda, así que vayamos a explicar someramente el
argumento de este gran film.
Rodada
en blanco y negro, lo cual está cargado de simbolismo, el punto de partida nos
sitúa en un pequeño pueblo rural protestante (me refiero a la religión, no
vayamos a darles razones a los susodichos) de la Alemania prebélica. Son los
años anteriores a La Gran Guerra.
Con
un tono cercano a la fábula, se va narrando con infinito sosiego de manera nada
atropellada, la aparentemente tranquila cotidianidad del quehacer de unos
cuantos vecinos y la supuestamente recta conducta de sus habitantes. Todo muy
normal, normalísimo, hasta que van sucediéndose ciertos extraños
acontecimientos.
Es
en este momento cuando Haneke nos va descubriendo, situándonos con su cámara en
la posición de espías, el alcance de las apariencias. Para ello nos revela lo
que sólo las propias familias saben cuando el silencio de las paredes, la
oscuridad exterior y el cerrar de las ventanas del hogar, dan seguridad y
confianza para que los mayores muestren su verdadera naturaleza.
Sí
los mayores, porque si en los mayores todo se produce en la penumbra, en la
sombra, en la negro; los niños, la siguiente generación, el futuro del país,
adopta esta misma conducta por imitación, pero la expone a la luz del día,
abiertamente, en lo blanco.
Se
ha considerado esta película como un intento por describir el caldo de cultivo
que propició el nacimiento del fascismo en Alemania.
Sin
querer desvelar nada más, os puedo asegurar que os vais a encontrar con 145
minutos de metraje que exuda cine por los cuatro costados.
Fitzcarraldo
Fitzcarraldo es una obra de un
hombre valiente y me refiero al controvertido director Werner Herzog, por
adentrarse en esos territorios que hace unos 30 años aún eran vírgenes y
regalarnos algunas escenas realmente irrepetibles. Irrepetibles porque, por poner
un ejemplo, la caída de unos árboles centenarios al río amazonas en plena selva
homónima, sería a día de hoy algo más que políticamente incorrecto, sería
irrealizable. O las grandiosas imágenes, que para la retina suponen ver subir
un señor barco por la ladera de una empinadísima montaña con poco más que el
esfuerzo de unos hombres. Son francamente imágenes que ya han quedado en el
imaginario colectivo de los que gustamos del celuloide.
Hoy
todo esto se realizaría por ordenador, lo que vendría a ser “casi”, casi, casi
lo mismo. (nótese la fuerte, fuerte, fuerte ironía)
También,
por hacer una historia "off" de topo tipo de convencionalismos, pero
no con la intención de ser diferente sin más, sino con el convencimiento de que
el cine es un arte capaz de llevarnos más allá del simple entretenimiento, una
forma que el alma tiene de comunicarse con el hombre y su significado.
Una
banda sonora que mimetiza con el ambiente reinante y lo realza.
Fitzcarraldo
como protagonista es la personificación del filo resbaladizo que separa la al
loco del visionario. Ningún ser ha revolucionado el mundo siguiendo patrones
clásicos.
Fitzcarraldo
es el soñador más cercano del manicomio y no por su incapacidad de renunciar a
sus descabellados planes, sino por no tener siquiera la capacidad para sentirlos
demenciales, por verlos ante la mayor de las adversidades como una jovial
caminata con alfombra roja, idílico sol que pace sereno tras las montañas
preparado para alzarlo entre los cirros aborregados a la cima del mayor de los
éxitos.
Fitzcarraldo
es una obra de otra época, en la que rodar era saltar del trapecio sin red de
seguridad. Un viaje a la posibilidad del desastre total. Eran otros tiempos y eran
otras “empresas”.
Una
época en la que rodar era ser pionero y la idea no había sido devorada por el
negocio, los márgenes de beneficio y toda esta jerigonza fría, que nada tiene
que ver con el arte y que lo domina y lo denosta y lo subyuga bajo la fuerte
ley de lo estrictamente material.
Resumiendo
y centrándome de nuevo, los puntos esenciales de la realización se focalizan: primero,
en el paraje, para lo cual Herzog “únicamente” hubo de desplazar todo el equipo
a la selva del amazonas en el Perú; y segundo,
en la figura del protagonista, de Brian Fitzgerald, de “Fitzcarraldo”, para lo
que tomó la decisión más determinante de todas: ofrecerle el papel a KlausKinski, siguiendo las pautas que ya fijara en “Aguirre, la Cólera de Dios” o
quizás sería mejor decir, a pesar de ellas.
En
un documental titulado “Mi enemigo íntimo” que el propio Herzog rodó ocho años
después de la muerte de Kinski, se puede ver la tensa relación entre ambos.
Kinski era un hombre totalmente desequilibrado, con ataques de ira y furia
enloquecida, que estaba para que lo encerraran, que era divo e ingobernable, al
menos hasta que Herzog le amenazó con el siguiente argumento "Tengo un rifle con nueve balas. Justo
antes de que le des la vuelta al risco ocho serán dirigidas hacia ti, y
guardaré la novena para mí".
Un
personaje que encajaba como anillo al dedo con Fitzcarraldo: Un millonario
arruinado que vive con la obsesión de construir una gran Ópera en el corazón de
la selva, en Iquitos un pequeño pueblo peruano, para que sea inaugurada por el
tenor italiano Enrico Caruso.!!!!!
Una
bendita locura que ya es considerada con todos los honores una película de
culto.