La obra más famosa de Scott Fitzgerald
y una de las más populares de la llamada “Generación perdida”, El gran Gatsby, fue editada por primera
vez en el año 1925. Nick Carraway nos narra la asombrosa e intrigante vida del
protagonista que da título al libro.
Lo primero que hace que el lector
quede atrapado en la historia es la manera en que nos presenta el narrador
homodiegético a Gatsby. En primer lugar, va aportando retazos de su carácter,
de manera que el lector pueda crearse una primera imagen que, sin duda, puede
llegar a ser equívoca. Esa primera imagen se encuentra, pues, contaminada por
el ambiente superficial y ambicioso propio de los años 20. Así, las continuas
fiestas lujosas, los personajes adinerados y las conversaciones un tanto
superfluas van instalándose en la historia. De esta manera, Scott Fitzgerald va
trazando un panorama en el que se llega a comprender mejor la figura de Gatsby
y su comportamiento. Este ya nos es adelantado por el propio narrador al
principio de la novela:
“lo que le devoraba era el turbio
polvo flotando en la estela de sus sueños”
Inquietante y taxativa frase que
adelanta el sino desdichado del protagonista. Asimismo, esos sueños que
terminan devorando a Gatsby entran en paralelismo con la propia falta de sueños
más allá del dinero, los lujos y las apariencias, que se pueden observar en las
vidas de Daisy y su marido.
Los sueños, como podemos observar al
ir avanzando en nuestra lectura de la gran novela de Fitzgerald, consiguen
arrastrar hasta el fondo a Gatsby, quien, en su locura por recuperar su antiguo
amor, se ve capaz de llegar a hacer cualquier cosa, sin importarle las
consecuencias de sus actos. Es justo ahí, en esa locura y ese afán de perseguir
los sueños, sin nada más que importe, donde podemos encontrar un comportamiento
“quijotesco” en Gatsby. Así, al igual que Don Quijote no duda en salir en busca
de aventuras, cual caballero armado, Jay Gatsby no atiende a nada más que no
sea el amor hacia Daisy. Tanto la batalla del Quijote, como la del protagonista
de la novela que venimos reseñando, están ya perdidas desde un principio,
aunque ni uno ni otro tolera resignarse.
En definitiva, la novela nos deja con
un sabor agridulce: dulce por las descripciones tan llenas de luz que hace el
narrador de la historia; agria por el terrible paradero del protagonista. Tras
su lectura, nos quedamos con la siguiente reflexión: ¿es realmente necesario
perseguir los sueños, a pesar de que estos pertenezcan al pasado, y luchar contra molinos de viento? ¿o tal
vez haya que saber distinguir entre la utopía y la realidad?
"Gatsby
creía en la luz verde, el orgiástico futuro que, año tras año, aparece ante
nosotros... Nos esquiva, pero no importa; mañana correremos más deprisa,
abriremos los brazos, y... un buen día...
Y así vamos adelante, botes que reman contra la corriente, incesantemente arrastrados hacia el pasado."
Y así vamos adelante, botes que reman contra la corriente, incesantemente arrastrados hacia el pasado."
Por Alejandro Godoy González (Jandri)
Un
chico está escribiendo en el encerado de la pizarra una frase repetitivamente; purga
el castigo de una profesora que imparte justicia. Como una salmodia repite en
su cabeza -Francis Scott Fitzgerald
es el autor de El Gran Gastby.
Una y otra vez y otra y otra, como un soniquete, ya lo sabe “la letra con
sangre entra”.
Llega
a casa, come frugal, come lo que hay. Se tumba en el sofá y cuando aparece el
cansancio en la boca de su padre, sale a la calle rumbo a la biblioteca. Saluda
al encargado. Investiga sobre Fitzgerald, nació en el estado de Minnesota, uno
de los Estados Unidos de América del Norte, en el año 1896. Estuvo en la
Primera Guerra Mundial, la “Gran Guerra”, -ja!,
como si alguna guerra pudiera considerarse grande- susurra como un serafín
circunspecto. -Seguramente Gatsby tampoco
sea tan grande-sentencia.
Casado
con Zelda Sayre, la cual sufrió esquizofrenia
a la edad de 30 años y murió en un incendio hospitalario con 47 años.
Fitzgerald murió de un ataque al corazón 8 años antes seguramente debido en
parte, a sus excesos con el alcohol. -Eso
quiere decir que murió joven, otro escritor más que no peló canas- piensa
que ser escritor es una profesión de alto riesgo, jamás se le pasaría por la
cabeza dedicarse a escribir.
En
seguida le llama la atención el fuerte contraste entre la gran cantidad cuentos
que tiene publicados y el estiaje de sus novelas. Baja el dedo índice sobre la
ficha de papel que ha sacado de los archivadores, acusa las siguientes:
![]() |
F.Scott Fitzgerald |
“A
este lado del paraíso”-1920
“Hermosos
y malditos” -1921
-Te encontré “El gran Gatsby” -1925
“Suave
es la noche” -1934
Va
a la estantería, el libro está disponible, lo ojea, no tiene claro si realmente
despierta su interés. Decide llevárselo de sopetón.
Han
pasado 20 años. Entra en el bar 230 de la Quinta Avenida de Nueva York. Pide un
capuchino mientras abre su portátil sobre la mesa. Hoy tiene morriña. Busca un
blog de su tierra sureña. El azar le lleva a uno un poco hosco, parece que la
temática es cinematográfica, pero la última entrada es de un viejo conocido de
la ficción literaria.
En
cuestión de segundos, rememora aquel libro grande, no de tamaño, sino de
esencias, -Jay Gatsby, tú y tus sueños me
trajisteis hasta la gran manzana.
Hace
memoria, lee y recuerda……
La
historia se desarrolla a través de la figura de Nick Carraway, narrador testigo, que se asienta en una humilde casa
de “West Egg” en Long Island. Nótese el sentido del humor que emplea Fitzgerald,
el cual es perceptible de manera soterrada a lo largo de toda la novela.
Nick
ha llegado a Nueva York para trabajar en el “negocio” de los bonos. Son los
años 20 americanos, años alocados y como se suele decir felices, al menos lo
fueron hasta aquel martes negro del octubre de 1929.
Al
otro lado de la bahía, en el “huevo oriental”, lugar donde residen los más
adinerados de los ricos, vive un matrimonio, dos viejos (des)conocidos; su
prima segunda Daisy, mujer de
personalidad dispersa y madre una hija de tres años junto a Tom Buchanan, afamado jugador de polo, con
el cual Nick había coincidido someramente en su periplo Universitario.
Dos ricos con tanto tiempo y dinero como para ir derrochando vida por las esquinas.
Dos ricos con tanto tiempo y dinero como para ir derrochando vida por las esquinas.
En
esa primera visita Nick conoce a Jordan
Baker, jugadora profesional de golf, con la que tendrá un lacónico affaire.
Hay
que tener en cuenta que la novela está estructurada de tal forma que se puede
leer en varias capas, tiene una lectura directa y liviana, pero bajo el cobijo
de este barniz se dibujan los vericuetos de las personalidades que se dan cita
en la obra.
-A varias capas!, estos críticos de blog son
muy snob. Da un buen sorbo a su capuchino y busca con la mirada lo que
realmente le interesa, lo encuentra unos párrafos más abajo en negrita, -bien,
como debe ser.
¿Quién
es el gran Gatsby?
“Jay
Gatsby nació de la concepción platónica de sí mismo” Esa es la gran verdad del
gran personaje.
Gatsby
es la respuesta a los sueños de progresar en la sociedad capitalista, donde el
dinero marca tu posición en la misma.
Gatsby
es el hombre hecho a sí mismo, que lucha por escapar de su destino, que no se
resigna a ser un “don nadie” en la vida.
Gatsby
es un soñador, que en ocasiones pierde el contacto con la realidad para ser
fiel al personaje, asumiendo rasgos de quijote contemporáneo.
Gatsby
que sabía y no sabía de negocios turbios.
Gatsby
un hombre sin preparación, un megalómano con delirios de grandeza, pero con una
mente rápida, ágil, inteligente, siempre despierta para alcanzar su quimera.
En
resumidas cuentas, Gatsby que según la hermosa descripción de Nick en las
primeras páginas: “…Representaba todo
aquello por lo que sentía un genuino desprecio….. resultó un buen tipo al
final; es lo que acechaba a Gatsby, el polvo sucio que flotaba en la estela de
sus sueños lo que saldó temporalmente mi interés en los pesares abortivos y las
euforias cortos de cuello de los hombres”.
¿Y
quién no ha sido un poco Gatsby a lo largo de su vida?
Cierra
el blog, apaga el ordenador. Durante unos minutos se queda mirando el trasiego
de gente tras la ventana del bar. Almas que vagan sin objetivos, a la deriva.
Finalmente,
se levanta, paga la cuenta y se va
Dobla
la esquina y se dirige a su pagoda personal, en el 620 de la Octava Avenida, un
despacho quedo espera para observar la elaboración de su columna de opinión del
jueves en el New York Times.