
Leer
un libro de McCarthy exige una suerte de paz interior. No puedes tomar un atajo
y huir de un purgatorio obligado por el látigo de sus palabras. Tienes que
cabalgar entre zarzales y espino y derramar al menos una gota de sangre fresca
para ser digno de descubrir el elíseo de los hombres virtuosos.
“En
la Frontera” es el segundo volumen de una trilogía conocida como “La trilogía
de la Frontera”. De menor calado mediático que su predecesora “Todos los
hermosos caballos”, la cual fue galardonada con el prestigioso National Book
Award en 1992, se trata de una novela de consagración definitiva.
Cuando
una novela de la categoría de “En la Frontera” pasa entre bambalinas al citarse
las grandes obras de este genial escritor, huelga decir que nos hallamos ante
un autor con un gran legado. Un escritor con testigos de cargo sempiternos. Con
una plétora de talento tan auténtica como la mueca inteligible de un partisano
octogenario que regresa del armisticio con un fusil por cayado.
Far
West vs Near West
“Los rancheros
decían que los lobos trataban al ganado de manera más brutal que a los animales
salvajes. Como si las vacas despertaran en ellos cierta cólera. Como si se
sintieran vejados por la violación de un viejo orden”
Nos
encontramos en el lejano oeste americano. En una época donde ese estilo de vida
tan particular todavía se conservaba íntegro entre sus habitantes, a pesar de
la incursión de los primeros signos del “progreso”.
Billy
y Boyd son dos hermanos de 16 y 14 años respectivamente que bajo la tutela de una
educación de rectitud moral por parte de su padre viven en una pequeña casa en el
estado de Nuevo México. Nos situamos por tanto, a finales de la década de los
años 30, en un rancho fronterizo donde no hay lugar para la infancia.
Y
son los ojos de Billy de los que el autor se sirve para mostrarnos una vida de
rancho, de caza y caballos, en la que la ley de lo salvaje convive con la del
hombre y en la que parece mediar un abismo con el embrión de un crecimiento
urbano que ya por aquellos tiempos se desarrollaba en otras zonas del país.
Uno
de los aspectos que desde el comienzo nos llama la atención en Billy es que a
pesar de su tierna edad es considerado y tratado tanto en su país como en
México como un hombre y sólo en contadas ocasiones McCarthy nos recuerda que
estamos ante un chico en proceso de maduración, especialmente cuando un
personaje femenino entra en escena. Lo cual no es óbice para que en el
trascurso de los diversos viajes que el chico realiza por la zona septentrional
de México, podamos observar pequeños matices de una madurez a todas luces
precoz.
Otro
de los aspectos que no se nos puede pasar por alto es la sensación de libertad
que en todo momento rezuma el personaje, un alma recta y sin ataduras que actúa
como un imán y un catalizador para aquellos buscamos trocar la semilla de la
ficción en vergel de realidad.
En
definitiva, los últimos vestigios del feral y genuino Far West, tan alejado de
nuestro actual modelo de sociedad eminentemente urbano y consumista.
Las
reglas de un mundo violento
“Maldita seas,
dijo Billy. Cogió el caballo por el ahogadero, asió el mango del cuchillo y
arrancó la hoja del pecho. Manó sangre, corrió sangre por el pecho del caballo.
Billy se quitó el sombrero de un tirón, lo apretó contra la herida y lanzó una
mirada feroz a los hombres que estaban montados. No se habían movido. Uno de
ellos se inclinó, escupió e hizo un gesto con el mentón en dirección a los
otros. Vámonos dijo.”
McCarthy
nos muestra un lado oscuro pero real de la esencia humana. Un rostro despojado
de piedad, sin maquillaje, sin dobleces ni ambages. La historia de la humanidad
está manchada de sangre y McCarthy se encarga de recordándonoslo en cada una de
sus obras.
El
escritor de Rhode Island realiza una velada comparativa entre las leyes de la
naturaleza que rigen los parajes salvajes y que para el imaginario colectivo
del hombre civilizado llega a ser de una seca crueldad, en símil con las leyes
no escritas de algunos hombres que destacan por una violencia violenta, que no
es sino la otra cara de la moneda de un cimarrón con larga experiencia.
Para
ello nos contrapone una amplia gama de hospitalidad mexicana que parece sacada
de una época muy lejana, de aquella preocupación por el prójimo de los hombres
antiguos; con unos individuos cargados de salvajismo.
El
arte de la descripción
Uno
de los grandes momentos de la lectura de un McCarthy se encuentra en la
preparación para enfrentar con garantías el reto que supone la comprensión y el
deleite de un texto suyo.
Un
rimero de elementos son aconsejables para una lucha igual: Un diccionario
enciclopédico actualizado, folios para anotar, lápiz para escribir, conexión a
Internet y una gran dosis de calma en la lectura ya que, sin que la historia se
detenga en ningún momento y no tengamos en ningún momento sensación de
estancamiento, el avance de la misma es sosegada.
“En medio del
crepúsculo oscuro cruzaron una amplia llanura volcánica limitada por el
contorno de unas colinas. Las colinas eran de un azul intenso en medio del
crepúsculo azul y los redondos cascos del caballo producían un sonido monótono
en el páramo. La noche caía por el este y la oscuridad se le vino encima en un
súbito aliento de frío y quietud, y siguió su camino. Como si la penumbra
tuviese un alma propia que fuera la asesina del sol en fuga hacia el oeste, tal
como los hombres la creyeron en tiempos. Como tal vez vuelven a creer.
Hombre, lobo y
caballo abandonaron la llanura bajo la moribunda luz del día siguiendo unas
lomas muy erosionadas por el viento y cruzaron una cerca o lo que había sido
una cerca, sus alambres por tierra arrollados y arrastrados y las cortas y
desnudas estacas de mezquita adentrándose en fila india en la noche como una
ringlera de encorvados pensionistas. Atravesaron el desfiladero entre tinieblas
y él se detuvo a contemplar los distantes relámpagos hacia el sur, sobre los
llanos de México. El viento batía mansamente los árboles en el desfiladero y
traía salivazos de aguanieve. Acampó al sur del desfiladero, al socaire de un
arroyo, recogió leña, encendió un fuego y le dio a la loba todo el agua que
quiso”
Cientos
de descripciones aparecen a lo largo de la novela y cada uno tiene una belleza
singular.
Mis
compañeros de lecturas del Café Literario y yo mismo, coincidimos en destacar
la fuerza descriptiva como el elemento más destacado de la estética del autor.
Su sello de identidad.
Es
por ello que he querido coger un fragmento más amplio, a fin de que el estilo
pueda ser más visible al que aún no esté familiarizado con su prosa.
Atmósfera
O
En
este punto “La trilogía de la frontera” no tiene el tono opresivo de otras
obras. A pesar de todas las situaciones duras a las que asistimos con el paso
de las páginas y de que seguimos teniendo la sensación de tener que expiar por
el hecho de vivir. La modulación se rebaja hasta el punto de que McCarthy se
permite la licencia de transmitir soterradamente un punto de optimismo. Es muy
destacable que el libro se cierra con un mensaje lleno de esperanza.
Todos
hemos leído libros, independientemente de la pretensión del texto, de que se
traten de libros para matar el tiempo, que directamente lo asesinen o que
destilen ínfulas de grandeza, en los que el transcurso del tiempo ha reseteado
absolutamente el argumento. Ni que decir de un pasaje, un personaje o una
situación concreta.
En
McCarthy las imágenes permanecen grabadas en la retina durante largo tiempo.
Poseen un poso de atemporalidad:
“Lo agarró de la
cara y a los demás pudo parecerles que efectivamente se agachaba para darle un
beso en cada mejilla, al estilo militar francés, pero lo que hizo en realidad
ahuecando enormemente los carrillos fue succionarle los ojos de la cabeza, uno
detrás del otro y luego escupir y dejarlos colgando de sus cordones húmedos y
raros, bamboleando sobre las mejillas del cautivo”
“Trataron de ponerle
los ojos en sus cuencas con una cuchara, pero nadie lo logró, y los ojos se
marchitaron como uvas en sus mejillas y el mundo fue perdiendo formas y colores
y luego se desvaneció para siempre”
Nada
más que añadir.
El
arte de la reflexión
La
existencia y la eternidad; la muerte y la vida; la fe y Dios son el leitmotiv
de la obra. Produciéndose fuertes sinergias entre ellas y llegando a un grado
de abstracción filosófica.
Para
ello, este libro fronterizo cuenta con una excelsa serie de potentes personajes
secundarios que a lo largo del viaje interaccionan con el protagonista dejando
una nube de interrogantes en la mente del lector.
Existen
dos historias insertas en el libro que bien podrían pasar actualmente por
pequeños cuentos, cargadas de las susodichas reflexiones y donde, no está de
más remarcarlo, McCarthy se nos muestra como un escritor dotado de gran
versatilidad.
Extraigo
una pincelada de la colosal composición que va realizando a lo largo del texto:
“Si
la gente conociera la historia de sus vidas, ¿cuántas escogerían vivirlas? La
gente habla de lo que le reserva el futuro. Pero en el futuro no hay nada. El
día nace de lo que había antes. Hasta el mundo seguramente se sorprende al ver
la forma en que aparece a diario. Incluso Dios, quizá”
No
quiero extenderme más, pero me quedo con cosquillas en las puntas de los dedos.
Riqueza
Lingüística
La
vegetación es una de las temáticas que a nivel lingüístico McCarthy domina como
el mejor de los eruditos, pero en la trilogía el vocabulario del caballo cobra
el máximo protagonismo.
Véase:
Rienda, látigo, fuste, borrén, estribo, ronzal, brida, perilla, faldón, cincha,
piafar, repropiar, reata, manta, embridar, ijares, crines, manear, maniotas,
estacar, enjaezar, alforja, aguijar, picar, grupa, cabestro, diestro, remuda,
horqueta, corvejón, abrevar, pacer, sofrenar, acodillar, herrar, recua, ollares…
Otros
vocablos que durante la singladura, por belleza, definición o sonoridad he
remarcado son los siguientes:
Aprisco,
marjal, palenque, ripio, hornacina, espita, ejido, corrido, destripaterrones,
quincalla, arrebol, excoriar o escoriar, rodrigón...
Una
saturnal terminológica.
El
viaje como verdadero protagonista
El
camino cobra una significación máxima. La sensación cuando se cierra el último recto
(del libro) es haber cabalgado por tantos parajes, por tantos pueblos dejados
de la mano de Dios, haber departido con todos esos personajes de los que
hablábamos anteriormente, que el comienzo, el origen, el génesis de la historia
queda mimetizado en el sotobosque de un arcano fosco ignoto.
Con
el viaje, lo que realmente hace McCarthy es cuestionarnos sobre nuestro estilo
de vida.
Qué
aprendemos dentro de la seguridad, repeliendo cualquier peligro, poniendo pies
en polvorosa ante las dificultades. Al abrigo de unas ciudades que no nos
proporcionan la sabiduría que liga con la experiencia.
Un
camino es el pretexto de un viaje exterior, pero ante todo la fuente de la que
mana una colosal odisea interior.
En
síntesis este sería el resumen de las intenciones de este “maldito” escritor.
Seguro
que algo dejé por el camino, pero como os digo: el camino fue muy largo e
intenso.
Sinopsis:
“Lo que debemos
entender es que a la larga todo es polvo”